Se acaba el semestre, la vida sigue/ El Cristalazo

Y ni el socavón de Cuernavaca pudo llevarse a Gerardo Ruiz Esparza
- en Opinión

Mañana termina Julio.

Para muchos —sobre todo para quienes llevan el nombre del soldado divino—, es ocasión de recordar a Ignacio de Loyola y sus ejercicios espirituales.

Tiempo conveniente para un retiro introspectivo tras el cual las cosas se verán más claras o terminarán por ser aceptadas como siempre han sido, pues para eso son útiles los caminos de la visita interna. Pero el segundo semestre en la política, de cuyo accidentado tránsito nos ocupamos aquí, no será igual. Nada será igual. Porque el tiempo se acorta y las prisas corren. En un mes más comienza el verdadero “traca-traca” de la sucesión presidencial.

Sin embargo no se podrían sugerir los rigores ignacianos de la meditación sobre el bien y el mal, a los aleves políticos mexicanos, ni será la espiritualidad en ejercicio el camino de su enmienda. Imposible creer en la purificación de sus conductas mediante cilicios, penitencias, cuerdas o cualquier otro material de persuasiva aspereza en las carnes pecadoras.

No; los políticos suelen ser irredentos e irredimibles, porque su reino de este mundo se aleja demasiado de cualquier intento de santidad o buena vida en el seno divino. Por el contrario, son mendaces, pues.

Por eso hoy la patria mira los horrendos espectáculos de la simulación.

Las carreteras se hunden; los narcotraficantes cogobiernan; el narcomenudeo se vuelve conducta de mayoristas; las fuerzas policiacas se reblandecen como plastilina y sólo nos queda ver cómo batallan los marinos dos kilómetros encima de la mar océano, para por fin descabezar una parte de la mafia de Tláhuac.

Por cierto, y sin ánimo de ofensa, Tláhuac es una aféresis de Cuitláhuac. Cuitláhuac significa, “Mojón de mierda” y de acuerdo con Carlos Montemayor, vendría a decir en su nahuatlata raíz: “Lugar de los que tienen desechos”. Lo traduce (Wikipedia) a partir de las voces cuítlatl (desecho, excremento),-hua (posesivo) y -c (locativo).

Con razón está ahí Rigo…

¡Ay!, México, México… Los puentes se rompen, como acaba de suceder en Jalisco y las explicaciones juegan al tenis en una cancha de lodo, ni siquiera de arcilla o cemento o asfalto.

Toc, toc, toc, toc, suenan los raquetazos de la disculpa y la elusión de los hechos; y la pelota de las responsabilidades pasa por encima de la red de la realidad.

Y todos cantan cómo “Bernabé le pegó a Muchilanga” y cómo “yo no fui fue Teté, y pégale, pégale que ella fue”.

Pero antes de seguir le platico lo del puente roto (“…el puente roto, le llamo yo; a tu cariño que se rajó…”): un paso carretero en Los Altos, cerca de Atotonilco (en él se invirtieron treinta municipales millones de pesos), entre San Francisco de Asís y San Agustín; se vino abajo completo, enterito, con un estrépito de desastre interminable.

Era un puente chico, bajo su vano cruza un río estrecho y poco caudaloso, pero riachuelo o Amazonas, no importa, el paso era necesario y hoy no existe más.

Se cayó. ¿Por qué?

Por la única razón posible para un derrumbe: mala construcción. No hay más, no hay traiciones como en la cancioncita de hace rato. Tampoco se necesita investigar por qué ponen las gallinas, paren las marranas o mugen los toros. No se requiere una pesquisa interminable para saber lo obvio. La causa de la causa es causa de lo causado. Pero en este país no se investiga para saber sino para encubrir y envolver los hechos en el tosco ropaje de la mengambrea burocrática.

Y cuando satisfechos de su prolija inutilidad los investigadores nos llevan los legajos de sus obviedades, nos quieren presentar sus hallazgos en cajas y cajas con folios, infolios, cuadernos, y más páginas hasta cumplir la cuota de lo ilegible: un millón de fojas útiles. Inútiles.

Pero mientras eso sucede en las tierras alteñas, donde las mujeres tienen ojos grandes, negros y hermosos tanto como para obligar a sus enamorados a construirles hasta una carretera (¿verdad, Diego?), en la Ciudad de México, donde la trenza de las culpas también juega al tenis (pero eso lo veremos después), la Secretaría de Comunicaciones y Transportes descubre la América del socavón. Esto es de una belleza inmejorable. Lea usted:

“(La jornada).- El secretario de Comunicaciones y Transportes (SCT), Gerardo Ruiz Esparza, reconoció que hay posibles fallas y omisiones de funcionarios públicos y de las empresas a cargo de la construcción del Paso Exprés en Cuernavaca, Morelos, donde el 12 de julio anterior murieron dos personas al caer con su vehículo en un socavón que se abrió en la vía.

“A partir del resultado preliminar de la revisión técnica e investigaciones que la SCT ha realizado en el tramo afectado del Paso Exprés, así como de los dictámenes preliminares de peritos independientes, se han detectado posibles fallas, anomalías y omisiones de funcionarios públicos y de las empresas del consorcio constructor Aldesa-Epccor, dijo el funcionario federal durante la reunión nacional con directores generales de centros SCT.

“Ruiz Esparza señaló que el órgano interno de control, que depende de la Secretaría de la Función Pública (SFP), solicitó que además de los dictámenes de la SCT y del peritaje que realizan expertos independientes del Colegio de México, se realice una auditoría integral en los 14.5 kilómetros del Paso Exprés conducida por el despacho internacional KPMG y la supervisora especializada de obra Aries…

“…Debemos asegurarnos de que haya consecuencias por estos imperdonables sucesos, sentenció el secretario de Comunicaciones, quien calificó la pérdida de las vidas de Juan Mena López y Juan Mena Romero de irreparable, triste y muy lamentable”.

Pero quien pase por ahí hallará a la vista a decenas de personas cuya protesta no es por el socavón o los hechos del pasado día 12 de este agónico mes, sino por los daños inminentes a las viviendas cercanas, las cuales —por principio—, ni siquiera debieron haber sido ahí edificadas, a causa de ¿sabe usted?, una cosa llamada “Derecho de vía”, pero aquí ni la vía tiene derecho. Por eso los muros de las casas son el acantilado de las desgracias y el día menos pensado se le viene encima la recámara al chofer del tráiler.

En fin.

Habíamos dicho, también, cómo en la Ciudad de México la verdad es una pelota encima de la red. Va para allá, va para acá.

Si en la física hay dos sustancias de dureza mayor: el esmalte dental y la cristalina contundencia del diamante, la política de Morena ha descubierto algo más resistente: la cara dura de todos los cómplices del narcomenudeo en Tláhuac.

Del líder mayor, el Papa del Morena, al último chango arriba de un mototaxi, esa versión mexicana de la ricksha motorizada, similar a la de uso diplomático en Nueva Dehli, de nuestra embajadora, Melba Pría.

Pero Melba está en las antípodas y no se usan allá las motonetas con cabina adaptada para un par de pasajeros como misteriosos convoyes de acarreo de hachís, o quién sabe, pues en la milenaria India todo es posible.

El caso en Tláhuac le da pie a todas las memeces habidas y por haber como ésa de Héctor Serrano, quien frente al irregular funcionamiento de miles de mototaxis se pone firme y remite 80 de ellas al corralón, y si se ponen necios, les quito otras tres, ¿eh?, ya es tiempo de darse cuenta aquí quién manda, ¿me están oyendo?

Vaya ridículo. Uno más.

MORA

Personaje de la calle Balderas, Ixtac y Bucareli, Ángel Mora, fallecido hace poco, fue junto con Gabriel Vargas, Germán Butzé, Álvaro Escalante y algunos más (Joaquín Cervantes Bassoco, fundamentalmente) uno de los grandes creadores de la escuela mexicana de la historieta.

Mora, auxiliado en algún tiempo por Conrado de la Torre, creó “Chanoc” y con ese solo personaje tuvo suficiente para un sitio indiscutible en la cultura nacional, por no mencionar a Tsekub Baloyán, cuyo matrimonio imposible con doña Cristeta, alguna vez soñó Conrado.

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